DIFERENCIAS ENTRE EL INSTITUCIONALISMO DE LA ELECCIÓN RACIONAL, EL HISTÓRICO Y EL SOCIOLÓGICO.


 Dentro de la teoría del Institucionalismo, hayamos numerosos

paradigmas que nos ayudan a responder a las cuestiones básicas

de este enfoque, ¿Qué es una institución política?, ¿Cómo nace?,

¿Cuáles son sus límites?, ¿Cómo se desarrolla?. Sin embargo, no

hay un elenco normativo que ofrezca una visión global y absoluta

de dicha teoría, sino que encontramos diferentes corrientes

asociadas a la teoría de la elección racional, a la historia y a la

sociología que nos ofrecen multitud de visiones acerca de la

misma.

Siguiendo el anterior orden mencionado, comenzamos nuestra

redacción con el Institucionalismo de la elección racional, cuya

premisa fundamental está basada en una negación del

Institucionalismo normativo, corriente constituida en base al

argumento de que las instituciones políticas influencian y

dictaminan la conducta de los diversos actores políticos,

moldeando sus intereses y creencias. Sin embargo, la elección

racional niega que se modifiquen dichos intereses, puesto que

los seres humanos seguimos siendo egoístas y racionales,

concibiendo el razonamiento normativo como una simple

inspiración acerca de la información que las instituciones

proporcionan sobre las acciones de los actores políticos pero

que, a la hora de influir en los intereses de los hombres, tan sólo

son capaces de llevar a cabo una labor de orientación de los

mismos, contribuyendo a consolidar una actividad carente de la

profundidad y complejidad necesarias para realmente encauzar

los intereses de todo el mundo en una misma dirección, esto tan

solo constituye una visión utópica del Institucionalismo

normativo, y en última instancia, del Nuevo Institucionalismo. La

elección racional nos intenta demostrar que esas reglas del juego

promulgadas por las instituciones tan solo marcan objetivos

colectivos, lo que no implica una modificación intrínseca de los

intereses particulares. Las instituciones se conciben con el

objetivo esencial de incentivar la cooperación entre los seres

humanos y evitar un egoísmo depredador, sin embargo, sus

actuaciones deben enfocarse en la promoción de dichas

incentivaciones, y no en la imposición de intereses comunes, ya

que esta medida provocaría un descontento cada vez más

acentuado entre los ciudadanos, generando una deslegitimación

de las instituciones debido a la poca confianza cosechada entre

los individuos y a la sensación que estos tendrían de verse

sometidos a los vaivenes del poder, subyaciendo una profunda

crisis de libertad ciudadana.

El Institucionalismo Histórico se sustenta en la comprensión de

las inercias, es decir, en las diversas formas de hacer las cosas.

Esto constituye un instrumento fundamental para explicar el

comportamiento humano, alegando que este cambia cuando en

esas inercias hayamos coyunturas críticas que suponen un

cambio radical en el paradigma que fundamenta el camino de los

ciudadanos. Así mismo, ha habido una creciente interacción

entre las instituciones y los grupos y movimientos sociales que

ha servido para adaptar y confraternizar dichas instituciones con

el marco social y político oportuno. Tradicionalmente, las

instituciones se han creado como respuesta a las diversas crisis

que se han ido sucediendo, no obstante, están impregnadas de

un aura de estabilidad que les hace perdurar en el tiempo y

adaptarse a las circunstancias cambiantes de su entorno social,

conformándolas como baluarte de legitimidad, seguridad e

incluso previsibilidad. Al mismo tiempo, esa instauración y

posterior adaptabilidad ha influido en el contexto sociopolítico,

suponiendo un peso acumulativo que modifica las rutinas y

preferencias de los diversos agentes políticos, dando lugar a una

especie de relación simbiótica entre instituciones y el entorno

político-social.

Desde el Institucionalismo Sociológico, las instituciones han sido

creadas no con el objetivo principal de mejorar el

funcionamiento del Estado, sino de desarrollar y hacer progresar

a la sociedad, todo ello bajo la canalización de las conductas

particulares hacia la consecución de objetivos sociales, haciendo

posible esa serie de valores ya promulgadas por las mismas en

algo material con capacidad de transformar las cosas. Todo esto

se consigue en base a la construcción de roles sociales

conformados por jerarquías de estatus y valores culturales que

rigen el comportamiento de los individuos, dando un sentido al

mismo. Dicho sentido está basado en una serie de convicciones

sociales asumidas tradicionalmente que determinan el buen

hacer en comunidad, circunscribiendo el comportamiento

humano a un sendero bendecido moralmente que excluya

cualquier atisbo de egolatría capaz de perjudicar el desarrollo de

la sociedad y dejar en un segundo plano esos objetivos colectivos

sobre los que versa el funcionamiento de las instituciones.

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