LOS SISTEMAS NO DEMOCRÁTICOS

 


1        DELIMITACIÓN CONCEPTUAL

Si para Robert Dahl un régimen democrático es aquel que se distingue “por la garantía real de la más amplía participación política de la población adulta masculina y femenina y por la posibilidad de disenso y opinión” (Dahl, 1970), un sistema no democrático debe ser aquel que de alguna forma no reúna todas o parte de estas características. No obstante, no hay una definición homogénea de esta clase de sistema que sea capaz de aglutinar bajo un mismo paradigma los diversos modelos no democráticos, pues son notorias las diferencias que pueda haber entre continentes y Estados, no se analiza de igual manera un modelo no democrático desarrollado en Hispanoamérica que en Europa, pues el contexto histórico-social puede influir de sobremanera en las características de cada uno de ellos.

A pesar de ello, es necesario hallar un “genus”, es decir, una pauta común de estos sistemas en base a la cual se desarrollen el resto de las características que puedan ser propias de cada uno de los lugares. Por tanto, se puede conceptualizar ese “genus” a partir de la definición que Linz hace de un régimen autoritario, y es la siguiente; (…)un sistema político con pluralismo limitado y no responsable, sin una elaborada ideología-guía, pero con mentalidades características, sin movilización política extensa o intensa, más que en algunos momentos de su desarrollo, y con un líder o a veces un pequeño grupo que ejerce el poder dentro de límites formalmente mal definidos, pero en realidad bastante predecibles” (Linz, 1964).

De esta definición se pueden extraer una serie de requisitos que todo régimen no democrático cumple en cierto modo, como pueden ser la no elección o renovación democrática de los gobernantes, que no se respeten en todo o en parte derechos fundamentales, y especialmente aquellos de carácter político tales como la libertad de asociación, de expresión, opinión o pensamiento. Por tanto, el grado de participación por parte de la ciudadanía en los asuntos públicos es relativamente bajo, esto se debe principalmente por dos razones. En primer lugar, la existencia de un eficaz aparato represivo que emana de las instituciones del Estado y cuya finalidad consiste en desarrollar aquellas políticas de desmovilización que mantengan al margen a sus ciudadanos y genere desafección política, esto es, que el conjunto de los ciudadanos no se interese por cuestiones públicas que le atañen. Por otro lado, dentro de un régimen de tales características es insólito encontrarse con un conglomerado de estructuras más allá del ámbito estatal  que, por tanto, puedan ejercer como contrapeso al poder del Estado y canalizador de los intereses de los individuos. En todo caso, de haber participación política, esta sería inducida y controlada desde arriba, en palabras de Morlino, “a la sociedad política no se le reconoce ni autonomía ni independencia; en las fases de mayor estabilidad, la política de los gobernantes será implementar algunas políticas que mantengan a la sociedad civil fuera de la arena política: en todo caso,  un nivel muy bajo de participación, ni extenso ni intenso, puede ser deseable y controlable desde arriba” (Morlino, 2009).

Otro rasgo característico de los sistemas no democráticos es un grado de pluralismo limitado y, sobre todo, no responsable, esto es, aquella “responsabilidad” propia de las democracias liberales que obliga a los gobernantes a actuar de conformidad con lo dispuesto por los gobernados, no existe de manera efectiva bajo un modelo no democrático. En este sentido, es posible que haya diversas formas de participación electoral dentro de un sistema no democrático tales como elecciones o plebiscitos, no obstante, carecen de esencia democrática ya que no implican, de forma abierta, una verdadera competición entre actores políticos y su finalidad consiste en obtener por parte de la ciudadanía, de una legitimidad en cierto modo simbólica, pues realmente no hay posibilidad de disenso o disconformidad, tan solo se puede ratificar en el poder a quien ya lo ostenta. Por tanto, la única responsabilidad aparente es aquella que existe “a nivel de política invisible en las relaciones reales, por ejemplo, entre militares y grupos económicos o propietarios de tierras” (Morlino, 2009).

Para averiguar con precisión dentro de los sistemas no democráticos cuándo nos hallamos ante un régimen totalitario o un autoritarismo, hemos de atender al grado de justificación ideológica. En este sentido, los totalitarismos suelen ofrecer unas elaboraciones ideológicas sólidas y articuladas que dan coherencia y sirven de sostén al régimen, mientras que los autoritarismos suelen basar su legitimación en “mentalidades”, es decir, se apoyan sobre valores como la patria, el orden, la autoridad, la jerarquía o la nación. En otros casos, por ejemplo, dentro de un autoritarismo benévolo, el régimen se justifica en base a un paradigma de carácter personal, esto es, el apoyo o aceptación del régimen se traducen en la servidumbre hacia un determinado líder sostenido en cierto modo por la tradición o, en cambio, que haya alcanzado el poder por vía hereditaria si se trata de un monarca.

Además, a la hora de determinar con exactitud qué clase de sistema no democrático estamos analizando, hemos de observar a la estructuración institucional que edifique el régimen en cuestión. Por tanto, este es definido y confeccionado en base a instituciones tales como el partido único, los sindicatos, asambleas parlamentarias, juntas militares o incluso órganos constitucionales. De tal forma que, un autoritarismo perfecto se caracteriza y se diferencia de los totalitarismos en tanto en cuanto está conformado por un pluralismo dotado de actores relevantes, carece de una ideología consolidada y férrea y, por consiguiente, el apoyo al régimen no está basado en la movilización de masas, al contrario, se busca la desafección política y la desincentivación por parte del ciudadano medio en los asuntos públicos. Por su parte, el totalitarismo destaca por la ausencia de pluralismo y por la existencia de este modo, de un partido único o hegemónico que mantiene a lo largo del tiempo su posición dominante, de tal forma que el monismo es una característica esencial dentro de los totalitarismos, así como el alto nivel de ideologización y movilización por parte de las masas cuya correa de transmisión se ve articulada por la ideología y la estructura de partido único.

2        TIPOLOGÍAS DE ESTADO NO DEMOCRÁTICO

2.1      MODELOS TOTALITARIOS

Al hablar sobre esta tipología en concreto, es común hacer referencia a la Alemania nazi y la Unión Soviética estalinista, pues abundan diversos estudios sobre la materia y, en base a los cuales, podemos destacar una serie de rasgos que nos permiten determinar en qué se basa un régimen totalitario.

En primer lugar, se caracteriza por la ausencia de pluralismo o bien monismo, es decir, tan solo hay un partido único que cuenta con un papel predominante y una estructura burocrática sumamente compleja y jerarquizada, cuya función es politizar la sociedad civil. De esta manera, es posible aunar, controlar y canalizar los intereses de los individuos impulsando su participación en la vida política no mediante un poder real de decisión, sino mas bien como un mero ratificador del poder político existente que necesita mantener unas apariencias que en cierto modo le otorguen una legitimidad tácita, pues es evidente el carácter coercitivo por el que destacan tales organizaciones pertenecientes al partido. Esto por su parte conlleva una serie de consecuencias, según Morlino, la concentración del poder en una única estructura como es la del partido único conlleva “la subordinación completa de todos los otros posibles actores (desde los militares a la burocracia y a la Iglesia) al partido único que, por consiguiente, ocupa una posición auténticamente central y determinante” (Morlino, 2009).

Un régimen totalitario destaca sobre todo por la existencia de una ideología articulada y claramente definida que sirva para sustantivar y dar coherencia a la estructura y acción del partido, cuya legitimidad real no la encuentra en las masas, sino en el contenido y los postulados del marco ideológico, que es en última instancia, donde justifica sus acciones más controvertidas. Por tanto, contar con una ideología fuerte resulta vital para el mantenimiento del régimen pues impulsa el desarrollo de aquellas políticas de movilización que dan un sentido al paradigma imperante dentro del Estado. Además, la consecuencia inevitable de dichas políticas es la movilización de las masas que de forma continua actúan al servicio del partido, el cual ejerce como correa de transmisión del gobierno y como instrumento de socialización de las personas. Sin embargo, para que este fenómeno sea posible, es necesario contar con un líder carismático y providencial que se encuentre en el vértice del partido asumiendo el control y absoluta dirección del mismo. Cabe destacar que para que un régimen de tales características sea apoyado por las masas es necesario contar con la presencia de un líder que sea capaz de hacer brotar sentimientos entre los individuos y que estos se vean reconocidos en la propia figura del líder, abundan numerosos ejemplos en este sentido, Hitler en Alemania, Mussolini en Italia o Lenin en la precoz Unión Soviética…

Pero ¿Cuál es el fundamento último de esta clase de regímenes? ¿En qué se basan para conseguir sus objetivos? Según Fisichella, “la ideología totalitaria es un núcleo que tiene el proyecto de transformación total de la realidad social” (Fisichella, 1976). Por tanto, su finalidad última es adecuar el conjunto de la sociedad a su paradigma de tal forma que haya concordancia entre los intereses de ambas partes, dado que, bajo la seguridad de contar con unos individuos dóciles, es más sencillo desarrollar tu programa que si, por el contrario, el sistema adolece de una clara crisis de legitimidad, pues en ese caso la estabilidad y pervivencia del régimen estarán en entredicho. Para conseguir dichos objetivos, el régimen en cuestión puede hacer uso de dos mecanismos, bien puede valerse de la propaganda para hacer que sus ideas calen en el pensamiento de las masas, o bien si no es capaz de implantar sus ideas de manera sibilina, puede hacer uso de un entramado coercitivo cuya finalidad sea implantar sus ideas en la sociedad sin un límite claro a su capacidad de cuestión, es decir, que en nombre del régimen de y del orden puedan cometerse toda clase de atropellos de derechos. En este sentido, cabe hablar del terror totalitario y cómo este se extiende hacia “enemigos potenciales”, “enemigos objetivos” e incluso “autores de delitos posibles”, es decir, se extiende a todo aquel que en un momento determinado pueda contravenir los intereses del régimen, lo cual incluye a sus seguidores si puedan llegar a suponer un obstáculo a los objetivos de aquel, es decir, “va dirigido a todos aquellos que de algún modo, con independencia de sus intenciones subjetivas, pueden suponer un obstáculo a las políticas del régimen, o mejor dicho, del líder, aunque se trate de miembros de la misma élite dirigente” (Morlino, 2009). De modo que la forma en que se desarrolla este terror dentro de la vida pública ha llegado a concebirse como “universo de campo de concentración”, “que se caracteriza tanto por la cantidad de personas afectadas como por ser una estructura política de erradicación del tejido social que hace sentir sus consecuencias sobre todo el cuerpo social (ibidem).

2.2      MODELOS AUTORITARIOS

Siguiendo al propio Linz, en un modelo autoritario existe un cierto grado de pluralismo político, por consiguiente, dentro del régimen en cuestión hay más de un actor político relevante y, por tanto, esto da lugar a un espacio objetivo donde sea posible el ejercicio de la oposición, aunque acaben siendo reprimidas o incluso perseguidas estas actuaciones de determinadas formas y en diversos grados, pues la oposición puede ser activa o pasiva, legal, alegal e incluso ilegal. De hecho, a instancias de conseguir una cierta aura liberal y democrática, esta clase de regímenes pueden determinar que sea más conveniente tolerar un cierto grado de oposición siempre que no contradiga de manera clara los intereses del régimen y ponga en jaque su estabilidad.

En todo caso, a pesar de que estos regímenes pretendan en cierto grado tener aspecto de modelo democrático, hay una evidencia que desarticula dicha pretensión, y es la dualidad que pueda haber entre la certeza del derecho, propia de sistemas democráticos y, los límites formalmente mal definidos. Es decir, una de las características fundamentales de un régimen democrático es la separación de poderes y, por consiguiente, la existencia de límites reales al poder político, el cual no puede excederse de sus atribuciones. Ahora bien, dentro de un modelo autoritario ¿En qué medida los gobernantes se ven limitados en su capacidad de actuación? Realmente, el poder político del gobernante no se ve limitado por la ley, como si ocurre en democracia, pues aquella ha sido confeccionada de tal manera que el líder o el grupo en el poder en cuestión puedan materializar sus aspiraciones sin verse limitados de forma legal. En este sentido, la ley no está configurada como un límite al poder político sino más bien como una herramienta instrumentalizada al servicio del líder o grupo en el poder.

Si dentro de los modelos totalitarios, la presencia de un líder carismático se antojaba fundamental para la estabilidad del régimen, un modelo autoritario no necesariamente requiere de la figura de un líder providencial, es más, suele ser común como en el vértice del partido o del gobierno no se halla únicamente una persona que haga las veces de líder, sino que esta suele hallarse confeccionada mediante un grupo de pocas personas que detentan las diversas esferas de poder a través de las cuales encauzar los intereses del régimen. Además, dentro de un sistema autoritario no se busca tanto la movilización de las masas como el control de los individuos. El objetivo primordial no es que las masas apoyen de sobremanera las políticas de turno y muestren su simpatía y conformidad para con estas, sino que es preferible que los individuos se mantengan al margen de la vida pública y no interfieran en los planes del poder político. En todo caso, es posible que el régimen, de forma austera y esporádica, confiera un cierto grado de participación a los individuos en forma de plebiscitos o elecciones eventuales que de algún modo sirvan para ratificar en el cargo a aquellos que ya lo ostentan, en concreto, “la ideología y la coalición dominante darán contenido y sentido a la participación inducida y, al menos en los diseños de los líderes, controlada, o bien limitarán la participación, que es el caso más frecuente de los autoritarismos” (Morlino, 2009). Esta serie de fenómenos eran frecuentes en la España de Franco o en la Portugal de Salazar…

2.2.1                   AUTORITARISMO PLURALISTA

Esta forma de autoritarismo constituye una excepción dentro de los modelos no democráticos, pues no se trata de un autoritarismo cerrado que aúna todos los requisitos expuestos anteriormente, sino que combina elementos de este con características que son propias de sistemas democráticos, en este sentido, Morlino denomina esta clase de sistemas como “regímenes híbridos”, dado que son aquellos “regímenes que han adquirido alguna de las instituciones y procedimientos característicos de la democracia, pero no otros, y al mismo tiempo conservan algunos rasgos tradicionales o autoritarios o, alternativamente, han perdido algunos elementos de la democracia y han adquirido otros autoritarios” (Morlino, 2008). Por tanto, en esta clase de regímenes se reconocen una serie de derechos individuales e incluso políticos, en tanto en cuanto estos no supongan un riesgo para el poder político, pues en caso contrario, este podrá hacer uso de su aparato coercitivo para limitar el ejercicio de tales derechos. De forma que esta clase de regímenes adquieren el papel de democráticos siempre que las consecuencias de aplicar dichas políticas sean adecuadas a sus intereses, pero si no es así, el reconocimiento de derechos y libertades públicas adquiere un grado secundario, pues lo primordial en esta clase de sistemas es la estabilidad del poder político imperante. Además, la competencia política está limitada en cierto modo, pues no hay una competición real entre actores políticos para alcanzar el poder, sino que este ya se encuentra ostentado por un pequeño grupo de personas que instrumentalizan los procesos electorales que de manera eventual puedan darse dentro del sistema, pues estos son utilizados no para permitir el desarrollo de los derechos de contenido político de los individuos, sino para obtener una falsa sensación democrática y consolidarse en el poder.

 Dentro de esta modalidad, podemos encontrar diferentes clases de sistemas en función del grado de competencia política, es decir, en función del reconocimiento que el régimen en cuestión haga de los valores democráticos, de modo que el autoritarismo  pluralista puede ser cuasi competitivo restringido, como sería el caso de Rusia, modelo al que Linz califica de post-totalitario dado  que el pluralismo político es limitado y no existe una ideología lo suficientemente fuerte que de coherencia y sirva de correa de transmisión al gobierno, o por el contrario, aproximarse a una especie de autoritarismo hegemónico restrictivo, tomando como ejemplo Egipto tras la primavera árabe.

2.2.2                   DEMOCRACIA DEFECTIVA

Nos encontramos ante un modelo que, si bien se halla en la senda democrática, aún no ha logrado consolidarse como una democracia férrea, pues no reúne todos los requisitos que esta exige. En este sentido, Wolfang Merkel hace referencia a aquellas condiciones que diferencia una democracia real y una democracia defectuosa, pues la primera cuenta con un régimen electoral democrático, la posibilidad de participación política con plenas garantías, el respeto más amplio posible a los derechos civiles, un verdadero control a la actuación del poder político y sobre todo, la autonomía de los gobernantes, que deben estar exentos de presiones externas. Por tanto, queda fuera de esta categoría una democracia tutelada por agentes externos, como es el caso de Turquía, y una democracia iliberal, en tanto que, a pesar de contar con procesos electorales competitivos, no se respeta de forma plena los derechos y libertades públicas. En palabras de Merkel, se trata de aquella modalidad de régimen que “no ha culminado su proceso de consolidación democrática o que, efectuando procesos electorales competitivos que cumplen, ve limitado su desarrollo democrático por distintos factores” (Merkel).

3        Bibliografía

Dahl. (1970).

Fisichella. (1976).

ibidem. (s.f.).

Linz. (s.f.).

Linz. (1964).

Merkel, W. (s.f.).

Morlino. (2008).

Morlino. (2009). "Democracia y democratizaciones"

M. Sodaro. (2004) "Política y Ciencia Política"

 

 

 

 

 

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