REFLEXIÓN ACERCA DE LA OBRA "POLÍTICA" DE JOAQUÍN ABELLÁN.
A
medida que Abellán desarrolla sus ideas en el propio libro, podemos apreciar
como no hay una definición clara acerca de lo que es la política, tan solo recibimos
pinceladas sobre lo que ha supuesto tal concepto en la vida de los individuos a
lo largo de los siglos. Esto se debe a que la política en vez de haber
experimentado una evolución como consecuencia de los avances históricos y haber
contribuido a un mejor desempeño de las actividades sociales, tan solo ha sido
tergiversada por aquellos que han ostentado el poder, haciendo uso de ella para
la consecución de objetivos de índole personal, verbalizándola en numerosas
ocasiones bajo un aparente halo de transparencia y buena fe cuyo fin no era
sino lograr la perpetuidad en la élite, condenando a los súbditos, y
posteriormente ciudadanos, a una vida que bien podría definirse como
esperpéntica debido a que esta ha sido conceptuada en base a una serie de
características oscuras y díscolas que han contribuido a consolidar una
sociedad en la que hasta hace bien poco era ardua tarea prosperar de entre las ruinas,
de las que lograr escapar parecía un tedioso tránsito en el que solo a través
del conocimiento y la libertad era posible destacar.
Pero
¿Acaso no ha habido forma de sublimar la política a lo largo de la historia? Es
frecuente como numerosos filósofos y teóricos de la política han tratado de
elaborar corrientes de pensamiento cuyo objetivo fundamental ha sido el de
desarrollar de manera pura el concepto de política, libre de ataduras ególatras
e interesadas. Desde la Grecia clásica, se intentó concebir la política como
instrumento capaz de hacer mejor a los ciudadanos, como una transformación de estos
en “sabios”, con la habilidad de participar de la vida racional. Platón
desarrolló esta teoría debido a que era recurrente ver como la política tan
solo era un mecanismo de adulación del pueblo, que se veía aparentemente
saciado con logros materiales o con discursos expuestos por oradores, cuyo
elenco de argumentos estaba plagado de falacias desde la lógica aristotélica.
Aristóteles trató de explicar en un acto de clarividencia, que la retórica
debía de usarse con la finalidad de crear nuevas ideas capaces de culturizar a
la “polis” y dotarla de los elementos necesarios para hacerla prosperar en base
a la sabiduría, y no mediante el uso de mentiras y frases recurrentes que, a
pesar de calar rápidamente en el público, tan solo pueden obtener un bien
superficial e inocuo, puesto que a la larga se demostraría como semejante
discurso no contendría ninguna verdad fungible ni podría hacer de los
ciudadanos unos sujetos más cabales.
Sin
embargo, a pesar de toda esa filosofía desarrollada durante la Antigüedad
clásica, la Edad Media parece constituir un periodo de involución en cuanto al
desarrollo del concepto de política, que en esta ocasión no solo se emplea como
método de adulación sino que supone un sometimiento unilateral a Dios, figura utilizada
por la Iglesia como instrumento de adoración, cuyo fin último no es sino el
adoctrinamiento del pueblo, imposibilitando su desarrollo personal y evitando
que el ser humano pueda concebirse como centro de su mundo, estando subordinado
a la voluntad de Dios que ha requerido que sea así, no siendo posible ninguno
acto que pueda poner en duda su carácter verdadero e inmutable. Sin embargo,
parece que la figura de Dios más que una divinidad constituye un mecanismo de
coerción instrumentalizado que ha servido como justificación de las
excentricidades y abusos de emperadores y gobernantes que predicaron la pureza
y buen hacer del cristianismo a la hora de someter a sus súbditos, los cuales,
unos por verdadera fe y otros por temor a las posibles represalias, utilizaron
como brújula en su periplo terrenal que, bajo el dogma cristiano, tan solo
tenía como último fin alcanzar la ciudad celestial expuesta por San Agustín, la
cual estaría reservada a aquellos cuyo corazón estuviese exento de pecado y no
hubieren sido víctimas de la tentación de los placeres mundanos.
Tras
la oscuridad profesada durante la Edad Media llega el Humanismo en el siglo XV,
y con ello el antropocentrismo que sitúa al hombre como centro del universo, y
es que durante esta época se producen una serie de cambios en la sociedad que
implican un nuevo cambio de paradigma. Es en este contexto en el que Nicolás de
Maquiavelo desarrolla su teoría política basada en la acción de estado, la cual
supone una desmoralización de la política, en contraposición con los ideales
griegos y la tradición ciceroniana, concepciones cimentadas por la prudencia,
la sabiduría y la honestidad. Expone que es preferible que un príncipe sea
bondadoso y actúe conforme a principios morales, pero en caso de que esto no
sea posible, no puede convertirse en un pusilánime y soliviantar al pueblo para
que su figura sea víctima de un proceso de deslegitimación. Es en esos casos
donde el príncipe debe estar dispuesto a hacer lo que sea para conservar el
poder, de ahí viene la famosa frase erróneamente atribuida a Maquiavelo de “el
fin justifica los medios”, él nunca recitó semejante oración, tan solo demostró
que en la práctica el príncipe no puede guiarse siempre conforme a postulados
teóricos basados en la moralmente aceptable, ya que habrá situaciones en las
que deba ser pragmático y actuar en favor de sus intereses, que al fin y al
cabo constituye la opción más sensata para la preservación de su propio pueblo
y que, ante ojos de agentes externos, continúe siendo respetado y temido de
igual manera. Teniendo en cuenta lo anterior, ¿Qué es lo que hace posible la
instauración del príncipe y su posterior preservación? Infiriendo que sin
súbditos no hay soberano, es menester reconocer esa potestad al pueblo, el cual
permite dicha instauración y reconoce al soberano como su inmediato superior.
Esto se debe al contrato social formulado por Thomas Hobbes y promulgado entre
el pueblo y el soberano, en el que los primeros rinden pleitesía al segundo, y
este les otorga la protección necesaria para escapar del Estado salvaje en el
que prima la ley del más fuerte y en el que el desarrollo de los individuos
está en entredicho. En contraposición con esta teoría, John Locke establece que
la naturaleza humana es en sí misma política, es decir, esta es algo natural. Además,
la comunidad política es individualista, por tanto, el poder político debe
consistir en utilizar los medios precisos para la conservación de la propiedad
de la forma que estime conveniente dejando atrás las convicciones de la ley
natural, puesto que en el estado de naturaleza es difícil conservar la
propiedad privada de forma diligente. Esto se debe a que en ese estado
primigenio no existe un poder ejecutor con la principal función de arbitrar de
forma equitativa las relaciones entre los hombres en la comunidad política,
dificultando la convivencia pacífica y la preservación de las propiedades.
Siguiendo
este sentido utilitarista e individualizado de la sociedad, Adam Smith explica
en su obra la “Riqueza de las naciones” que la libertad constituye una
concepción fundamental para el desarrollo de la sociedad, y que la justicia
debe administrarse en torno a esta. Para que perdure una sociedad humana no es
estrictamente necesario un amor recíproco entre iguales, tan solo que no estén
dispuestos a dañarse mutuamente. Por tanto, el deber principal de todo Estado
es el de “proteger a la sociedad de la violencia y la injusticia de otras
sociedades independientes”, este postulado solo puede ser realizado mediante
una fuerza militar efectiva. El segundo deber consiste en “proteger en cuanto
le sea posible a cada miembro de la sociedad contra la injusticia y opresión de
cualquier otro miembro de esta” mediante una recia administración de la
justicia. Su último deber se basa en construir y mantener aquellas obras
públicas que sean de gran ventaja y valor para el conjunto de la sociedad
liberal.
John
Stuart Mill, comparte gran parte de su concepción de la política con Locke y
Smith, al afirmar que dicho concepto está vinculado, o al menos debería
estarlo, con el desarrollo personal del individuo. Por tanto, la figura del
gobernante debería limitarse a una labor arbitral con la comprensión intrínseca
de la pluralidad de personas habidas en la sociedad, constituyéndose la
tolerancia como principal baluarte para la convivencia pacífica. Por todo ello
es necesario, según Mill, un “gobierno representativo” que permita a las
personas el desempeño de alguna función pública a nivel local o incluso general.
La principal razón de esta predominancia del sistema representativo se sustenta
en que, en la multitud de derechos e intereses promulgados, su defensa solo se
puede garantizar mediante la debida protección de quien los posee, igualmente,
se demuestra que cuanto mayor y más variadas son las energías y proyectos de
los particulares, mayor es la prosperidad general.
A
pesar de todo lo anteriormente explicado y el intento que numerosos teóricos
han intentado realizar para elevar el concepto de política a una categoría
superior, vemos que conforme se produce la liberalización del comercio y el
auge de la burguesía, el Estado, y por consiguiente el poder político, son tan
solo medios instrumentalizados para la preservación de la burguesía, denominada
clase opresora, ya que posee la propiedad privada de los medios de producción.
Por tanto, no había una igualdad real entre individuos, puesto que, para Marx,
un estado realmente democrático debía de promulgar una igualdad social y
política, interpretando a las masas como individuos aislados dentro de las
mismas, y no como grupos sociales diferenciados en función de sus riquezas. De
modo que la emancipación política es posible a través de una única manera,
evitando la separación entre fuerza política y social y que el hombre retomase
su concepción de ciudadano abstracto con sus correspondientes derechos
políticos. Marx habla de un proceso emancipador que desvirtúe el concepto de política
en su determinado momento histórico en beneficio de la autorrealización del
hombre.
A
diferencia de Karl Marx, Max Weber entiende el Estado como aquella comunidad
humana que reclama con éxito el ejercicio de la violencia física legítima, dicha
organización debe estar gobernada por un político que cuente con el beneficio
de la independencia en la toma de decisiones, a pesar de tener que responder
por sus acciones, acto que fomenta una positiva legitimación por parte del
pueblo. Además, debe comprender el carácter contingente de sus decisiones,
entendiendo que no hay valores absolutos que merezcan ser valorados por encima
de otros, por tanto, la imposición de estos sin considerar la pluralidad del
mundo racionalizado está totalmente descartada. Es menester reconocer que los
ideales diferentes a los que promulga el propio gobernante son igual de dignos que
estos mismos, de modo que no puede tomar decisiones sin tener en cuenta las
consecuencias de las mismas, convirtiendo la responsabilidad en estandarte de
las actuaciones del político, concibiendo esta como la única moralidad
aceptable en un mundo desmitificado en el que no están claras las derivaciones
de decisiones buenas y malas, debido a esa carencia de absolutismo en el
paradigma axiológico. Si para Weber la base de la acción política es la
negociación, que cuenta con la intrínseca consecuencia en determinados momentos
de tener que renunciar a los ideales como motivo de la realización de los objetivos,
para Carl Smith la fuerza primigenia de la política es la lucha debido a
oposiciones que no pueden solventarse racionalmente, como consecuencia de la
falta de validez universal y la necesidad de adoptar posturas partidistas. Por
tanto, hacemos referencia a lo político allí donde hay actores que divergen
creando diferenciaciones amigo-enemigo, pudiendo llegar esta confrontación a un
nivel máximo en el que sea exigible derramar sangre y estar dispuesto a morir
por los ideales.
Quizás
el concepto de política más depurado sea el que desarrolló Hannah Arendt, que
entiende la libertad como principal motor del poder político, sin embargo,
comprende al mismo tiempo que ese concepto de lo político versa sobre una
errata hegemónica, y es que desde el mito de la caverna de Platón, este
descalifica las opiniones y la episteme de los ciudadanos, glorificando la
figura de los filósofos, arraigando conceptos que parecen ser perpetuos como la
obediencia y aceptación, consecuencia de esa superioridad aparente. Por ello,
Arendt establece la igualdad entre los hombres como el verdadero poder a la
hora de administrar la justicia y desarrollar las cuestiones derivadas de la
convivencia en sociedad, es decir, partiendo de esa pluralidad de los seres
humanos que incita a vivir “entre los hombres”, podrá ejercerse la política a
través de un sentido solidario, acto que debe de llevarse a cabo con una
“ampliación del pensamiento”, que pasa por tener presente el pensamiento del
resto y valorarlo como una opción más totalmente válida y legítima.
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