¿Qué sublima nuestros derechos?
En cierto modo, defender nuestros derechos es loable, o al menos esa es la percepción social que se tiene de dicha defensa, pero ¿Debemos defender los derechos de todo individuo? A modo de ejemplo, podemos mencionar aquellos supuestos en que se reprocha a un abogado determinado defender los derechos de un asesino o un violador, pues aquel no queda exento, en numerosas ocasiones, del rechazo social hacia semejante actitud. “¿Por qué habríamos de defender los derechos de un asesino?” es una pregunta que la sociedad se plantea, pues pone en duda la legitimidad de los derechos de aquel que ha atentado contra la integridad física y moral de una persona, cuando no sobre su vida. Pero ¿Realmente merecen los derechos de un violador o un asesino ser defendidos? ¿Acaso la justicia no habría de consistir en imponer un castigo igual o más lesivo que la conducta que él perpetró contra su víctima? En este sentido, la multitud hace referencia a la máxima “hacer justicia”, como si esta consistiese en redimir el dolor por medio de un dolor equivalente; pero cabe hacerse una pregunta en caso de ampararse en este argumentario, y es que ¿Qué estamos logrando con esta conducta o con esta visión de la justicia? Muchos responderían de la forma siguiente: “Reparación del daño ¡eso es lo que tratamos de lograr y consideramos que estamos en nuestro pleno derecho de exigir!”.
Sin embargo, si actuáramos así ¿qué nos diferenciaría de la barbarie? Aquel letrado que defiende los derechos de un criminal, no solo está defendiendo esos derechos, sino que mantiene sobre sus espaldas todo el peso del humanismo y la civilización cuando los impulsos y, en definitiva, nuestros rasgos primitivos, tratan de atentar contra su legitimidad e imponer su visión particular de la justicia, más no hemos de olvidar que esta no es parcial y no responde a los ánimos eventuales de una persona, al contrario, nos ampara a todos por igual sin atender a consideraciones personales. Que la justicia sea abstracta y genérica nos beneficia a todos, pues en última instancia, nos protege del irracionalismo al mismo tiempo que nos recuerda nuestra condición humana; aquella que siempre logra prevalecer sobre la arbitrariedad y la barbarie.
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