EL FASCISMO SE CURA "LEYENDO".
EL FASCISMO SE CURA
“LEYENDO”
Con ocasión de la reciente celebración de la Feria
del Libro de Madrid, ha sido común ver en algunos stands cómo se ha divulgado
la máxima de “el fascismo se cura leyendo”, categorizando de esta forma a la
cultura y, especialmente, al libro, como la antítesis al pensamiento
totalitario. Más allá de las claras connotaciones ideológicas con las que se
contamina a la cultura y en este caso a la literatura, obligándolas a
participar de una lucha dual en las que se ven forzadas a posicionarse en un
espectro ideológico determinado, esta frase no es sino una expresión carente de
sentido real, pues no hay proclama más hueca y vaga que aquella que sitúa a la
lectura como cura para el fascismo.
En primer lugar, teniendo en cuenta que, si la cura
del fascismo es la lectura, sus fanáticos por consiguiente son incultos e
incluso analfabetos, dado que rechazan frontalmente los libros. Por tanto ¿Qué
libros habrían de entregárseles para culturizarles y eliminar de su mente el
pensamiento totalitario? La respuesta a esta pregunta es tan abierta y
heterogénea que es de una empresa casi imposible llevar a buen puerto. Para
empezar, al arrogarnos la facultad de decidir qué libros ha de leer un
individuo con un claro pensamiento fascista, hemos de asumir a su vez que
nuestras ideas no poseen un carácter global y absoluto que necesariamente deban
imponerse sobre otras, pues, ¿con qué autoridad podemos imponer nuestras ideas
sobre otras distintas? ¿Qué clase de libros son necesarios para erradicar el
fascismo? ¿En base a qué objetividad podemos decidir qué es lo correcto para el
resto de la gente?
Podemos tapar con un velo de arrogancia que nuestro
pensamiento debe prevalecer a toda costa si consideramos que eso es lo correcto,
pero no por ello necesariamente debe serlo. A pesar de actuar con aparente
objetividad, se transluciría un marcado componente subjetivo al imponer sobre
otros nuestra concepción del bien común, otra proclama sumamente vaga y que
desgraciadamente a día de hoy es terriblemente utilizada, pues es evidente que
no hay dos formas del bien común idénticas, es tarea imposible en una sociedad
tan compleja como la nuestra crear una idea del bien común que deje a todo el
mundo satisfecho, dado que la visión del bien común que tenga una persona no
necesariamente tiene que coincidir con la de otra persona, y no por ello una es
mejor que la otra ni merezca imponerse a toda costa.
De modo que, al adoptar semejante actitud, no
estaríamos siendo un sujeto especialmente culto y cabal, sino más bien una
especie de profeta que vendría a explicar a la gente lo que está bien y lo
que está mal, y créanme, no hay nada más fascista que esto.
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